jueves, noviembre 23

Orden natural vs. orden sobrenatural

Ni el orden sobrenatural ni el orden natural son un equilibrio entrópico, sino un equilibrio jerárquico. Ninguno de ellos elimina las tensiones ni las oposiciones; por el contrario, las “mantienen” de forma permanente, puesto que son el efecto de la presencia del Espíritu y, por ello, escapan a la degradación de todo sistema físico. Esos órdenes no se caracterizan por la uniformidad, sino por la diferencia; no por la homogeneidad de sus elementos, sino por su heterogeneidad cualitativa. Constituyen sin embargo un orden por el hecho de estar sometidos a un principio de unidad, es decir, por el hecho de ser ese principio transcendente con relación a la totalidad de los elementos que comprende y domina. Pero los elementos en sí mismos conservan su propiedad y siguen distinguiéndose unos de otros por su diversidad cualitativa, es decir, en el fondo, por su naturaleza. Dicho de otro modo, tal orden, para ser un orden, no necesita comprender elementos idénticos; su unidad no resulta de la naturaleza de sus elementos (no es un resultado), sino que es un principio de jerarquización de todos los elementos, los unos con relación a los otros, por lo cual ese orden es verdaderamente un orden, es decir, un sistema coherente de relaciones que predomina sobre los elementos que religa.

El orden entrópico es exactamente inverso respecto del orden verdadero; merece más bien el apelativo de desorden. Para constituir un “conjunto”, es necesario que sus elementos sean tan idénticos como sea posible, y que sólo se diferencien entre ellos por el número. Este supuesto no se realiza mas que en la noción matemática de conjunto, lo cual muestra que se trata en este caso del grado más bajo de unidad. En un conjunto tal, las relaciones que articulan los distintos elementos entre sí son inexistentes, su cohesión recíproca es casi nula; se trata realmente de una caricatura de la unidad; es más, se trata de su rigurosa inversión. Al encontrarse cada elemento en el mismo nivel energético que los demás, no puede intercambiar nada con ellos. Apenas es posible distinguir los elementos entre sí.


JEAN BORELLA
LA CHARITÉ PROFANÉE – Subversion de l’âme chrétienne
ÉDITIONS DU CÈDRE – Paris, 1979

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