sábado, septiembre 23

ORDO AB CHAO (3ª entrega)

III

LOS MAESTROS AKBARIANOS

EL EMIR ABD AL-QÂDIR

La mención de Abraham conduce al examen de la posición masónica del emir Abd al-Qâdir, quien escribía: « Hay para mí una cierta herencia de parte de Abraham: en el amor que le profesan las criaturas, pues dijo: “Crea para mí un lenguaje de verdad destinado a los (hombre de) los últimos (tiempos)” (Cor., 26, 84). Allah escuchó su súplica, de manera que la mayoría de religiones y comunidades tradicionales tienen en común el amor que le profesan ». La mención de este “lenguaje de verdad destinado a los hombres de los últimos tiempos”, relaciona claramente la función del emir con la de René Guénon. Para nosotros, es desde esta perspectiva especial como hay que comprender su entrada en la Francmasonería.

Lo más sorprendente, leyendo los documentos sobre este tema, es el malentendido que revelan. Recordemos las circunstancias. En 1860, tras la proclamación de un decreto concediendo los mismos derechos a musulmanes y no musulmanes en el Imperio otomano, se fomentaron revueltas en Damas, ciudad donde reside el emir, dirigidas especialmente contra la comunidad cristiana. Abd al-Qâdir interviene para protegerla, salvando así a miles de cristianos de una muerte segura. En este caso, su inspiración y manera de obrar no son más que las de un musulmán conocedor de los aspectos interior y exterior de su religión. Exteriormente, confiere a sus protegidos el estatuto de huéspedes, que les convierte en inviolables . Interiormente, todo lleva a creer que tenía el presentimiento de los nefastos efectos de recurrir a la “pequeña” guerra santa en unos momentos en que, especialmente por su intermediación, Occidente era puesto en contacto por primera vez con la enseñanza universal contenida en la revelación muhammadiana.
El malentendido nacerá del hecho que los Francmasones darán una significación masónica a este comportamiento, basado en los principios y la ley del Islam. En su reunión del 20 de Septiembre del mismo año, la Logia Henri IV de París, por voz del hermano Silberman, sugiere el manifestar su agradecimiento al emir por “sus actos eminentemente masónicos”, y ofrecerle la afiliación a esa Logia. En la primera carta que le envían, los miembros de la Logia Henri IV declaran “ofrecer un tributo de admiración a quien, por encima de los prejuicios de casta y religión, se ha mostrado ante todo como hombre, y no ha seguido más que la inspiración de su corazón para oponer un muralla inexpugnable a los furores de la barbarie y del fanatismo” . Olvidando con demasiada facilidad que esa “inexpugnable muralla” se había hecho necesaria por la única razón del decreto imperial que sustraía a los cristianos de Damas la protección secular que le había asegurado la ley islámica, y por otra parte, que esa muralla sólo podía erigirse en base a otro aspecto de esa misma ley, a saber, el respeto y la protección debidas a un huésped. Los principios masónicos no tenían nada que ver en ello. Sin embargo, en su respuesta, de fecha 15 rajab de 1277, Abd al-Qàdir acepta con alegría la propuesta, manifiesta su “deseo de aceptar la fraternidad de amor, y compartir las misma ideas que vosotros sobre el conjunto de vuestras sublimes reglas”, y se declara dispuesto a aceptar “todas las buenas ideas que os venga al espíritu”.
Esta respuesta confirma que la perspectiva masónica confluye con un aspecto del esoterismo islámico que convierte en posible un acuerdo; pero es evidente que el emir no hubiera podido considerar como “buenas” otras ideas expresadas en el seno de la Logia Henri IV que, seguramente, no le eran comunicadas: “Estamos demasiado imbuidos del gran y saludable principio de la igualdad masónica como para postrarnos ante un de nuestros Hermanos, y para pensar que un hombre, por distinguido que sea en la vida civil, pueda honrar la Francmasonería por el hecho de hacerse admitir en su seno”. No era ésta la posición del emir. Si su presencia efectivamente honraba la Francmasonería no era a causa de su rango “en la vida civil”, sino más bien por el eminente grado que poseía dentro del esoterismo islámico, grado que sus “hermanos” masones no podían siquiera concebir, y que él mismo les ocultaba escrupulosamente. Lo que el Orador espera de él es que “ondee desde lo más alto de las mezquitas la bandera de la tolerancia frente al estandarte del Profeta”, pues “ el Emir Francmasón es para nosotros la cuña hincada en la roca de la barbarie, el golpe destinado a abatir la ignorancia en un tiempo próximo”. En la misma época, el Gran Oriente no se ocultaba de decir que “la influencia de la Masonería entre los árabes podría ser una gran ayuda para la colonización”. Hay que reconocer que el exceso de tales aseveraciones se explica en buena medida por el “clima intelectual” de la época. Lo que no obsta que deban ser recordados pues aclaran el origen de las incomprensiones y malentendidos que han subsistido hasta hoy.

En este contexto, vale la pena referirnos a un último elemento: la advertencia hecha por Abd al-Qâdir en su Leerte aux Français : “ Si musulmanes y cristianos me hubieran escuchado, hubiera acabado con sus disputas: se hubieran convertido en hermanos exterior e interiormente. Pero no han prestado atención a mis palabras: la Sabiduría de Dios ha decidido que no estuvieran unidos en una misma fe”. Para el emir, esta fe no podías ser más que la fe en la revelación islámica. Por otra parte, notemos que la fraternidad proyectada era a la vez exterior e interior, de manera que no podía ser la fraternidad masónica. Se trataba en realidad de una tentativa de reconciliación tradicional, de la que encontramos ecos en ciertos pasajes de los “poemas metafísicos”que encabezan el Livre des Haltes . Esta tentativa se inspiraba en la perspectiva doctrina del Livre des Chatons des Sagesses, y procedía del mismo espíritu, pues el papel de esta obra en el esoterismo islámico es mostrar las vías de una “reconciliación divina universal” . No obstante, Abd al-Qâdir sigue diciendo: “ Sólo la vuelta del Mesías hará cesar sus querellas; pero no los reunirá sólo por la palabra, aunque resucite a los muertos y cure ciegos y leprosos. No los reunirá más que por la espada y la lucha a muerte”. Tratándose del Mesías, esta advertencia encierra una alusión a la guerra santa (jihâd), Sin embargo, incluso así, se trata ante todo de la “gran” guerra santa, es decir de la guerra santa interior simbolizada por la espada, que consiste en proclamar la función cíclica de la Forma muhammadiana cuando los privilegios que comporta son ignorados o combatidos por los ignorantes.


(Continuará)