viernes, junio 9

SÍMBOLO, MITO Y DOGMA

(…) El símbolo supone la existencia de dos mundos, de dos órdenes del ser, y no podría existir si sólo hubiera uno. El símbolo nos enseña que el sentido de un mundo reside en el otro, y que ese sentido nos es indicado por este último (…) El símbolo constituye el puente que une dos mundos. El ser no está aislado; el símbolo evoca en nosotros no solamente la existencia de dos mundos, sino también la posibilidad de una alianza entre ambos; nos demuestra que no están definitivamente escindidos. Los delimita al propio tiempo que los une (…)

Nuestro mundo natural empírico no posee en sí mismo ni significado ni orientación; adquiere estas cualidades en la medida en que es símbolo del mundo del espíritu (…)

En el mundo y en la vida de la naturaleza, que son un mundo y una vida cerrados, todo es accidental, sin coherencia, privado de significado. El hombre, en tanto que ser natural, está desprovisto de sentido y de profundidad, y su vida natural está privada de unidad significativa (…) Una conciencia orientada exclusivamente hacia el mundo natural concentrado en sí mismo, está marcada por la ineptitud y por el carácter accidental e insignificante del ser (…)
Pero el hombre, en tanto que imagen del ser divino, es decir, en tanto que símbolo de la divinidad, tiene un significado preciso y un sentido absoluto. La conciencia orientada hacia el mundo divino descubre por todas partes un encadenamiento interior y un significado (…)
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La experiencia espiritual, sobre la cual reposa el simbolismo realista, está más allá de la oposición entre sujeto y objeto, de su concepción substancialista. La vida espiritual no es más subjetiva que objetiva (…) Aquello que llamamos realidades objetivas no son más que realidades de orden secundario y no de orden principal. Son realidades simbólicas y no realidades en sí mismas. Pero las realidades subjetivas, las de la vida afectiva, las del sujeto y su mundo subjetivo, no son más primordiales que las primeras, sino que son también secundarias, también simbólicas.
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Hay dos concepciones del mundo que marcan con su huella las formas de la conciencia religiosa. Una de ellas ve por todas partes realidades en sí mismas, introduce íntegramente lo infinito en lo finito, el espíritu en la carne de este mundo natural (…) Santifica de manera absoluta la “carne” histórica. Los usos y costumbres nacionales, las formas de la monarquía, las de la autoridad eclesiástica, adquieren un significado sagrado, absoluto e inmutable; lo divino queda sometido a ellas (…) En ese terreno nacen el materialismo y el positivismo antirreligioso y ateo. El espíritu se aleja y desaparece; sólo la carne permanece (…)

(…) El espíritu es infinito, sopla donde quiere. Transforma su simbolismo en conformidad con el dinamismo de la vida espiritual. Es dinámico por naturaleza, no puede tolerar la sujeción estática. El espíritu no puede ser encarcelado en las costumbres y las tradiciones (…) La carne del mundo puede envejecer y corromperse; el espíritu puede separarse de ella. Por ello la extinción del espíritu, el pecado contra el Espíritu Santo, se manifiesta por el deseo de salvaguardar a cualquier precio esa carne descompuesta, a la cual el espíritu estaba sujeto (…)
Pero existe otra concepción del mundo que expresa la naturaleza dinámica del espíritu. Es la que entrevé por todas partes los signos y los símbolos de otro mundo, la que percibe lo divino como misterio e infinito más allá de todo cuanto es finito y transitorio. Nada que sea relativo y pasajero es considerado por ella como absoluto y permanente (…)
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La encarnación de Dios en el mundo, la venida del Hijo de Dios en la carne de este mundo, demuestra la posibilidad de obertura de la carne y no su carácter cerrado, es decir, la infiltración de lo infinito en lo finito (…) La venida de Cristo en la generación de Adán es la kenosis, la humillación, el rebajamiento de Dios, que se cumple con el fin de liberar esta carne de su pesadez y sujeción, con el fin de iluminarla y transfigurarla, y no con vistas a afianzarla o santificarla de una manera absoluta (…) El materialismo religioso que confiere un valor absoluto a la carne del mundo es una deformación del misterio de la encarnación divina, una negación de su carácter simbólico (…)
(…) El endurecimiento de la carne del mundo no es más que el signo de las caídas que han tenido lugar en el mundo espiritual. Pero la iluminación de la carne, manifestada por la vida terrestre del Hijo de Dios, es también el indicio de una ascensión realizada en el mundo espiritual (…)

(…) El orden natural no es eterno ni inmutable, no expresa más que un momento simbólico de la vida del espíritu. Por consiguiente, pueden nacer fuerzas de la profundidad del espíritu capaces de transfigurarlo y liberarlo del poder que lo esclaviza.
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No se puede percibir a Dios más que simbólicamente; sólo con ayuda del símbolo puede penetrarse su misterio. La divinidad no puede ser determinada racionalmente; permanece inaccesible a todo concepto lógico (…) Más allá de la idea religiosa de Dios se encuentra siempre el abismo, la profundidad de lo irracional y de lo supra-racional (…) La lógica no es el Logos; entre ellos se abre un abismo infranqueable, una solución de continuidad (…)
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El simbolismo se justifica por el hecho de que Dios es al mismo tiempo cognoscible e incognoscible. La divinidad es el objeto de un conocimiento infinito e inagotable, eternamente misterioso en su profundidad. Por ello este conocimiento es un proceso dinámico que no encuentra su término en ninguna categoría fija y estática de la ontología. Los límites establecidos por el agnosticismo no existen. La gnosis que busca siempre más lejos y más profundamente es efectivamente posible, pues el conocimiento de Dios es un movimiento infinito del espíritu. Pero el Misterio subsiste siempre, no puede ser agotado. Esta verdad se expresa a través del símbolo, escapa a toda comprensión del entendimiento que limita siempre, exigiendo un término más allá del cual no exista ya el misterio (…)
Es imposible elaborar un concepto positivo del ser absoluto, pues, en lo que le concierne, todos los conceptos positivos son desgarrados por contradicciones inconciliables. No se puede pensar en la vida interior de la divinidad por analogía con los afectos humanos. Los atributos de Dios, de los que nos habla la teología catafática, son lógicamente contradictorios y dan lugar a objeciones de la razón. El concepto, por su incapacidad de conocer a Dios, se transforma inevitablemente en ateísmo si se niega la existencia de otras vías de conocimiento (…) La teología religiosa de escuela se muestra impotente ante las objeciones de la razón (…)
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El conocimiento tiene una importancia considerable en la vida espiritual, un valor de iluminación. Debemos amar a Dios con toda nuestra inteligencia, y este conocimiento debe ser libre, no se le pueden poner límites desde fuera. El conocimiento debe poder desarrollarse hasta el infinito, tanto en la ciencia positiva como en la gnosis religiosa y filosófica.

(…) El ser divino no es el ser según la concepción del mundo natural, en el que todo es positiva y limitativamente determinable. El ser divino es una realidad de otro orden, y si el mundo natural es el ser, entonces Dios es el no-ser, la vacuidad, superior al ser, el “sobre-ser” (…)
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El fundamento del conocimiento místico y simbólico no es una proposición filosófica, sino una representación mitológica. El concepto engendra la proposición filosófica; el símbolo produce la representación mitológica (…)

(…) La metafísica pura, abstracta, totalmente liberada de toda mitología, constituye la muerte del conocimiento vivo, la separación del ser (…)

(…) El mito es siempre concreto y expresa mejor la vida que el pensamiento abstracto. Su naturaleza está ligada a la naturaleza del símbolo. El mito es un relato concreto, grabado en el lenguaje, en la memoria y en la creación populares, en el que se expresan los acontecimientos y los fenómenos originales de la vida espiritual, simbolizados en el mundo natural. La realidad original preexiste en el mundo espiritual a una profundidad misteriosa. Pero los símbolos, los signos, las imágenes y los reflejos de esta realidad primitiva nos vienen dados en este mundo natural. El mito nos presenta lo sobrenatural en lo natural, lo supra-sensible en lo sensible, la vida espiritual en la vida de la carne; une simbólicamente ambos mundos.
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(…) El cristianismo es enteramente mitológico, como toda religión, y los mitos cristianos expresan las realidades más profundas y centrales del mundo espiritual. Es hora de no avergonzarse de una mitología cristiana, de no pretender liberar al cristianismo del mito (…) Pero es necesario comprender espiritualmente el sentido interior del mito y del símbolo, a fin de liberarse de su poder realista e ingenuo que engendra la superstición y la esclavitud del espíritu (…)
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La filosofía pura liberada del mito y de la experiencia religiosa, así como la teología que procede por conceptos, no pueden conocer a Dios. Toda tentativa de conocimiento racional de la divinidad corre el riesgo de caer en el monismo o en el dualismo abstractos. Toda concepción de la naturaleza divina que no sea contradictoria y paradójica, está desesperadamente alejada de los misterios de la vida divina (…) Pero la razón posee la fuerza de percibir la paradoja y la antinomia que representa para ella el ser divino. Puede admitir la existencia de un supra-racional. Tal es el sentido de la doctrina de Nicolás de Cusa sobre la docta ignorancia.
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(…) El carácter trinitario de Dios, la realidad divino-humana de Cristo, son los datos iniciales de la vida espiritual. Estas realidades se desvelan cuando la conciencia da la espalda al mundo natural para orientarse hacia otro mundo, cuando nuestro pensamiento, adaptándose a los cambios producidos en esta conciencia, cesa de estar oprimido por el concepto. Entonces se revela la vida (…)

(…) La docta ignorantia, según la doctrina genial de Nicolás de Cusa, es el conocimiento a través del desconocimiento. Existe la posibilidad de conocer a través de la paradoja y la antinomia (…) El reconocimiento de los límites de la razón supone incrementar su agudeza y su intensidad. La razón iluminada, inmersa en el espíritu, alcanza un grado supremo y no una aniquilación.
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De ESPRIT ET LIBERTÉ
NICOLAS BERDIAEV
ED. DESCLÉE DE BROUWER
(Traducción de P. Abelló)