lunes, diciembre 25

LOS GRADOS DE LA REALIDAD


(EL AGUA Y LA AGITACIÓN)


Las Tradiciones de culturas diversas son unánimes al afirmar que la existencia se “estratifica” en tres grados o niveles ---los loka de la Tradición budista---, que podríamos denominar, de inferior a superior: mundo material, mundo sutil o mental y mundo espiritual.

Estos mundos no se superponen, como pueden hacerlo el café, la crema y el whisky en un buen café irlandés, sino que se interpenetran y están ligados por una relación de causalidad: el mundo material es un efecto del mundo sutil, el cual, por consiguiente, es causa de este mundo material y efecto, a su vez, del mundo espiritual, que es causa de los dos anteriores y proviene de la Causa Primera.

Lo que podríamos denominar “grado de realidad” de estos tres mundos no es tampoco comparable: sólo el mundo espiritual sería “real” o próximo a la Realidad en términos absolutos, en tanto que los otros dos mundos serían “ilusorios”, no en tanto que carentes de cualquier realidad, sino como realidades relativas y condicionadas, que no tienen su causa en sí mismas y cuya “realidad”, por tanto, depende de otra realidad de orden superior.

Esos tres mundos, por otra parte, conforman dos grandes ámbitos: lo formal, es decir, sujeto a forma, y lo informal, no sujeto a forma, entendiendo por forma todo aquello susceptible de limitar y diferenciar. El mundo formal estaría integrado por el mundo material y la porción inferior del mundo sutil o mental. La porción superior del mundo sutil y el mundo espiritual integrarían el mundo informal.

La forma, en la medida en que limita, también diferencia y separa. La forma es la causa de la individualización. La individualidad, por consiguiente, sólo puede darse en el ámbito de la forma, es decir, en el mundo material y el sutil inferior. El “paso más allá de la forma” implica el acceso de la conciencia al mundo informal. Sólo superando la limitación de la forma, y por tanto la individualidad, se abre el acceso a lo espiritual.

Todo lo existente participa en alguna medida de esos tres mundos, de forma que no puede decirse que “algo” se sitúe estricta y únicamente en uno u otro de esos mundos, y que el paso de uno a otro signifique, por tanto, la exclusión de uno o de otro. Es la conciencia la que se “sitúa” en un nivel o en otro en función de sus limitaciones y condicionantes: es el alcance de la conciencia lo que puede ser limitado, no su “ámbito de actuación”, que no tiene límites.

Desde el punto de vista del individuo, la conciencia es su percepción subjetiva de la realidad. Es esa conciencia subjetiva la que viene limitada por los propios condicionantes de la individualidad. Desde el punto de vista de la Realidad, la Conciencia es la propia Realidad, pues en la Realidad absoluta todo es Uno. Objetividad y subjetividad son distinciones carentes de sentido cuando la separatividad se ha desvanecido. El dominio de lo objetivo y lo subjetivo es el dominio de la dualidad: la individualidad que se cree existente por sí misma y por tanto separada.

El hombre participa plenamente de los tres mundos, y es esa participación plena lo que lo convierte en cima de la Naturaleza y mediador entre el Cielo y la Tierra. Del mundo material tiene su cuerpo físico; del sutil su mente, y del espiritual su “alma superior” (la neshamah del judaísmo), a través de la cual participa de la Realidad incondicionada.

Desde el punto de vista de la realidad relativa y condicionada que es la nuestra, la visión de los tres mundos está, por así decirlo, “invertida”: para la conciencia subjetiva, el mundo material es la “esfera exterior” y más amplia, que “contiene” la esfera mental, la cual, a su vez, “contiene” el “núcleo” espiritual.

Desde el punto de vista de la Realidad incondicionada, es la “esfera” espiritual ilimitada la que “contiene” la pequeña “esfera” del mundo sutil, la cual “contiene” a su vez la ínfima “esfera” material.

Este cambio de perspectiva es el que permite comprender, o más bien intuir, la relación real entre los mundos, sin perder nunca de vista que no estamos hablando de tres realidades independientes, puesto que, si lo fueran, nos encontraríamos ante tres absolutos. La Realidad única es la incondicionada. Las realidades condicionadas no existen más que como reflejos: del mismo modo que el reflejo del sol en el agua, a pesar de “existir” de modo innegable, no tiene una existencia propia y separada de la fuente de luz que lo produce, que es en este ejemplo la verdadera realidad, así los mundos sutil y material son simples producciones y reflejos del espíritu, sin existencia propia fuera de él.

Puesto que la razón humana pertenece al mundo mental (sutil), su alcance se limita al ámbito de este mundo y al del que es su efecto: el mundo material, ambos condicionados. La razón es por ello insuficiente para comprender la Realidad, y el lenguaje, expresión de la razón, no puede describirla. Sólo la inteligencia del corazón de la que habla Schwaller de Lubicz, la “intuición espiritual” y supraracional, puede hacer llegar esa realidad a nuestra conciencia. Pero el “lenguaje” de esa inteligencia del corazón es el símbolo, la imagen que sugiere, nunca la palabra. Por ello debemos intentar valernos de los símbolos, de los que la naturaleza es pródiga, sin pretender en modo alguno una comprensión racional como la del que entiende un mecanismo, o la acción de una fuerza sobre un cuerpo, sino más bien un “chispazo” fulgurante de Realidad que despierta en nosotros ecos dormidos.

El agua es, junto al cielo, símbolo por excelencia, y su enseñanza puede guiarnos en este propósito. Imaginemos un inmenso tanque de agua, tan inmenso que sus límites no existen, y en el que el agua está en perfecto reposo, inmóvil y transparente. Esa inmovilidad pura llena por completo el espacio ilimitado. Esa es la imagen del espíritu.

Imaginemos ahora que una ínfima porción de esa inmovilidad inmensa se agita levemente, de modo que en el seno del agua se produce una vibración perceptible. Esa vibración, que no es otra cosa que agua, es el mundo sutil.

La vibración se propaga a través del elemento líquido y, en su hipotética superficie, produce ondulaciones distintas y separadamente identificables, esto es, individualizables, que son el equivalente de las formas materializadas.

Esas ondulaciones son efímeras, como lo es cualquier forma, y, salvo por la alteración que las produce, en nada son distintas del medio del que han surgido y en el que se reintegran tras su gloria momentánea.

En todo ello, la única realidad permanente es el agua. La forma, la individualidad, son el fenómeno, la agitación. En cuanto a Lo que produce esa agitación, está más allá de cualquier capacidad de comprensión, de cualquier lógica e incluso de cualquier ontología: es la esencia sobreontológica de la existencia, sobre la cual nada puede ser expresado.

La individualidad es pura agitación, puro fenómeno. Es en ese sentido que el hinduismo califica la existencia como “ilusoria”. No hay en ella nada de intrínseco que la diferencie realmente. Su diferenciación es totalmente extrínseca, aparente y fenomenal. Si la agitación se calma, toda separatividad se desvanece, y lo que queda es lo único que siempre hubo, hay y habrá; lo eterno, lo presente, lo inmutable: el agua.

La agitación nos “coagula” y produce en nosotros el sentido de separatividad. Alimentar la agitación es profundizar en la separación. Nuestra finalidad es sosegar esa agitación, apaciguar lo fenoménico para que, sin que nada pase realmente, sin que nada cambie, nuestra conciencia subjetiva sea Conciencia pura, totalidad sin límites.

Que cada uno reflexione sobre lo que en su vida contribuye a calmar o a excitar la agitación. Es la referencia segura, la guía infalible, la norma incuestionable sobre la dirección a tomar en cada intersección del camino.





La Realidad es un océano de Conciencia sin límites, inmutable y beatífica.

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